El 3 de marzo de 1976, tras varios meses de huelga por mejoras salariales, las comisiones de trabajadores en Vitoria convocaron un paro general en una ciudad marcada por un creciente movimiento asambleario que inquietaba al Gobierno. En la iglesia de San Francisco, en el barrio obrero de Zaramaga, miles de trabajadores se reunieron en asamblea mientras afuera se agolpaban más personas, rodeadas por agentes de la Policía armada. Durante los eventos de ese día, cinco trabajadores murieron a manos de la Policía en medio de un conflicto cada vez más tenso. Begoña, una joven de clase media, vivió en carne propia aquellos hechos que sacudieron una ciudad aparentemente tranquila. Tanto ella como su familia se vieron obligados a tomar partido, y tras la masacre, ni Begoña, ni Vitoria, ni el país volverían a ser los mismos.