Somos más sabios que las computadoras
Stanislav Petrov fue un ingeniero ruso que en 1983 ostentaba el rango de teniente en el ejército soviético, tenía a su cargo el sistema de alerta ante ataque nuclear. En las primeras horas del 26 de Septiembre, una sirena cimbró su oficina. Un satélite espía informaba que había sido disparado un misil nuclear desde una base militar en Estados Unidos. Ese año la URSS derribó accidentalmente un vuelo comercial en donde murieron cientos de personas, entre ellas un diplomático estadounidense, así que era verosímil un ataque sorpresa. Pero Petrov guardó la calma. Poco después, la sirena volvió a sonar: otros cinco misiles se dirigían a territorio soviético; en media hora darían en el blanco.
Petrov tenía tres fuentes de información: la computadora que procesaba los datos del satélite, las imágenes que llegaban de la estratósfera y los radares. El tercer medio era el más confiable, pero también el más tardío, pues sólo detectaría los cohetes cuando llegaran a la URSS. Las imágenes no mostraban nada extraño; en cambio, la computadora anunciaba un ataque. La tercera guerra mundial dependía de la decisión de Petrov. Si informaba a sus superiores, el botón rojo sería activado; cientos de millones de personas morirían y muchas más serían dañadas de gravedad. Ante la mirada expectante de sus subordinados dijo: “Falsa alarma”, sin aún recibir confirmación del radar. El diagnóstico de Petrov resultó certero, se trataba de una falla en la tecnología soviética; el satélite había confundido reflejos solares con misiles y la computadora no filtró ese error.
Así evitó la guerra nuclear, pero fue castigado por indisciplina. No informar a sus superiores le valió la deshonra; expulsado de la milicia, perdió a su familia y quedó en la miseria.
¿Qué motivó su decisión? El mundo se salvó porque estaba de guardia alguien con formación civil, que no solo acataba órdenes. Petrov actuó por intuición, pero lo hizo al modo de un ingeniero que acostumbra calcular. Según dijo en una entrevista, no pensó en los millones de víctimas ni en su familia, sino en cucharadas de té: nadie vacía una jarra a cucharadas. En caso de ataque, Estados Unidos dispararía miles de cohetes, no seis. Esta explicación técnica se complementó con otra: la computadora podía fallar. “Somos más sabios que las computadoras”, comentó. Un hombre desconfió de las máquinas y salvó a la humanidad que cada vez confía más en ellas.