Una de las obras más características del teatro del absurdo es El Rinoceronte (1959), de Eugène Ionesco. El dramaturgo rumano plantea una perturbada situación. En un pueblo francés, los habitantes se van convirtiendo en rinocerontes, empiezan a comportarse como estos paquidermos, pierden sus cualidades de seres humanos. El único lugareño que no experimenta esta metamorfosis es el protagonista, Berenger. El pueblo pierde su humanidad y los rinocerontes, que se propagan con suma rapidez, como una epidemia, imponen sus modos de vida y sus comportamientos toscos. Llama la atención la premura con la que los rinocerontes van olvidando quiénes eran y se adaptan a su nueva condición. La obra de Ionesco es una metáfora de la rápida e imparable expansión del fascismo y los totalitarismos en los años previos a la II Guerra Mundial; la capacidad de desaparecer rápidamente que tiene la democracia (sus valores, los derechos, la empatía) entre nuestras poblaciones.
Pippi era una lógica (ilógica para el heteropatriarcado) que confrontaba con la educación sexista y con los relatos de las niñas que esperan a ser rescatadas