Círculo literarioLibros. El olor del papel, del cuero de las cubiertas, de la cola de la encuadernación. La textura de la tela, de las hojas, de las palabras. Ficciones, viajes por tierras lejanas, por mundos extraños. Imágenes que habían llenado su infancia. ¿De donde vienen los libros? ¿quién inventa las historias, quién crea esas fabulas que nos fascinan? La pregunta, que en su niñez había tenido una respuesta aparentemente sencilla, volvía ahora con todo el peso de una paradoja. Autores. Stevenson, Melville, Salgari, Verne, esos alfareros que, en su mente, eran capaces de moldear mundos. De amasar vidas, no solo las de sus personajes, sino también las de sus lectores. Wells. El autor cuya obra le había resultado tan fascinante, que a los trece años podía recitar historias completas, palabra por palabra. Cuyas ideas habían estimulado tanto su imaginación, que a los veinte se había hecho inventor, y había dedicado todo su esfuerzo a perseguir la invisibilidad y el viaje en el tiempo.
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Libros. El olor del papel, del cuero de las cubiertas, de la cola de la encuadernación. La textura de la tela, de las hojas, de las palabras. Ficciones, viajes por tierras lejanas, por mundos extraños. Imágenes que habían llenado su infancia.
¿De donde vienen los libros? ¿quién inventa las historias, quién crea esas fabulas que nos fascinan? La pregunta, que en su niñez había tenido una respuesta aparentemente sencilla, volvía ahora con todo el peso de una paradoja.
Autores. Stevenson, Melville, Salgari, Verne, esos alfareros que, en su mente, eran capaces de moldear mundos. De amasar vidas, no solo las de sus personajes, sino también las de sus lectores.
Wells. El autor cuya obra le había resultado tan fascinante, que a los trece años podía recitar historias completas, palabra por palabra. Cuyas ideas habían estimulado tanto su imaginación, que a los veinte se había hecho inventor, y había dedicado todo su esfuerzo a perseguir la invisibilidad y el viaje en el tiempo.
Ese genio al que se propuso conocer, cuando su prototipo de máquina del tiempo dio señales de funcionar. Aún podía recordar la ansiedad que sintió cuando ajustó el dial en "1895", para llegar justo a tiempo para comprar una primera edición de "The time machine".
Ese autor que, ahora sabía, nunca había existido.
Confusión. Desorientación, miedo, horror. Y tristeza, al pensar que el mundo en el que se había criado era, de alguna manera, un mundo irreal. Un sueño, una ilusión, la nada. Y que la historia discurriría por un camino banal, donde el niño que él había sido jamás disfrutaría de "La isla del Dr. Moreau".
Y entonces la determinación, la decisión de que eso no podía pasar. El impulso que lo llevó a re-escribir las obras que, desde sus trece años, recordaba palabra por palabra. Fue su modo asegurarse el poder disfrutar del placer de memorizarlas, y de la memoria de haberlo hecho.
Y ahora la paradoja, la pregunta, la duda infinita. Si las historias que él recordaba eran solo la versión escrita de su recuerdo, entonces ¿de donde habían salido?
¿De donde vienen los libros?
